He estado trabajando en la capellanía de la prisión de mujeres en Berlín por más de un año. Al principio era un mundo muy extraño, con grandes muros, fuertes ruidos de apertura y cierre de grandes puertas. Tenía miedo de entrar en las celdas de la prisión.
La razón para iniciar un ministerio en la cárcel era conocer a aquellas que viven en el margen absoluto de la sociedad. Hay un número cada vez mayor de mujeres gitanas o romaníes de Europa del Este que son discriminadas en otras partes de Europa. Muchas de ellas han cometido robos en grupos organizados. La comunicación con ellas no es fácil, pero siento que muchas de ellas aprecian mi presencia allí. Cada segundo domingo, cuando celebramos la Liturgia de la Palabra, expresan su fe, encendiendo una vela o besando los iconos de Jesús y María.
Cuando las mujeres me hablan de sus vidas, sus historias son iguales: sufrieron violencia, violación, falta de cuidado desde su niñez. La violencia y el abuso continuaron en su vida como adultas. Las estadísticas dicen que el 80% de las que se convierten en delincuentes han sido víctimas antes. Muchas de ellas ahogan su dolor en las drogas. Entran en un círculo vicioso del consumo de drogas y delitos relacionados con las drogas.
Algunas quieren que les lleve cigarrillos, la única "droga" que se permite en la cárcel. Otras están agradecidos de encontrar a alguien con quien hablar. Hablar conmigo en la prisión se rige por el secreto profesional. Mi propia experiencia de fe en momentos difíciles me ayuda a confirmar que "no estás solo en tu sufrimiento." Veo como mi servicio allí les revela que otra vida es posible, ofreciendo un oído amigo y abierto, escuchando sus historias, mostrando mi interés en ellas y animandolas a la esperanza.
Annette Fleischhauer, SSpS – Alemania