Uno de los criminales, que estaban colgados allí, lo insultaba diciendo: "¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros. "Pero el otro le respondió diciendo:" ¿No temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros hemos sido condenados justamente, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos, pero éste no ha hecho nada malo. "Entonces le dijo:" Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu reino. "Y él le respondió: "Amén, en verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso."
A medida que nos acercamos al final del año jubilar de la Misericordia, en este último artículo, me gustaría reflexionar con ustedes sobre los últimos momentos de sufrimiento de Jesús en la cruz, que se transforma en un desbordamiento de misericordia y concede la recompensa eterna de la salvación al buen ladrón. A lo largo de la narración de la pasión Lucas enfatiza la misericordia divina, la compasión y el poder curativo de Jesús. Por ejemplo, la curación de la oreja cortada de criado del sumo sacerdote (22:51), la reconciliación con Pedro (22: 61-62), el perdón que concede a sus verdugos (23:34), y finalmente, la recompensa del paraíso al criminal arrepentido (23:43). Por otra parte, el juicio de Jesús también reconcilia a Pilato y a Herodes y los une en un vínculo de amistad (23:12). Así vemos que incluso en medio de la agonía y del juicio, de la hostilidad y de la ira, de la burla y del escarnio, Jesús sigue siendo un verdadero y auténtico modelo de unidad y reconciliación, de perdón y misericordia.
Mientras cuelga de la cruz, Jesús se convierte en una víctima de burlas. En la escena anterior (23: 35-38), hay dos grupos que lanzan insultos y desafíos a Jesús: Los líderes y los soldados. A estos le siguen otros dos personajes que están crucificados junto a él y que le hablan a Jesús de una manera contrastante: Uno con burla y el otro con la admisión de su propia culpabilidad. Lucas a menudo prefiere presentar en su Evangelio parejas y ejemplos contrastantes: Marta y María (10: 38-42); el hermano mayor y el hijo pródigo (15: 11-32), el hombre rico y Lázaro (16: 19-31); la viuda persistente y el juez injusto (18: 1-8); el fariseo y el publicano (18: 9-14), etc.
Aquí, toda la conversación entre los ladrones y Jesús, que es exclusiva de Evangelio de Lucas, tiene lugar en la cruz, sobre el feo promontorio del Gólgota, a las afueras de la ciudad de Jerusalén. La crucifixión, signo de la barbarie y la brutalidad romana, estaba reservada a los criminales empedernidos, que persistían en crímenes atroces, como la traición, las revueltas y las disensiones. Se hacía con la intención de infligir una muerte lenta, dolorosa y horrible, y después los cuerpos de los crucificados se dejaban en la cruz para una exhibición pública y humillante como severa advertencia a las personas que podrían intentar disentir. Al llegar al lugar de la crucifixión, los condenados eran despojados, azotados, golpeados y eran puestos sobre las vigas de madera, en donde eran calvados o atados antes de izarlos. La escena de la crucifixión aquí se evidencia con dos tipos de personas: Aquellos que se burlaban e insultaban a los criminales (los líderes, los soldados y las personas) por un lado, y por otro los seguidores, los familiares y los que simpatizaban con él, conmocionados por la repulsión del sufrimiento humano en la cruz.
Uno de los criminales condenados (el texto no dice si estaba colgado a la izquierda o a la derecha de Jesús), después de haber oído la burla hacia Jesús, cae en la misma trampa. Tal vez cae en la desesperación, sabiendo muy bien el trágico final que le esperaba en pocas horas. Él también une su voz a la voz de la multitud para insultar y ridiculizar a su vecino en la cruz, diciendo: "¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros." Incluso en su burla, sin saberlo, crea una conexión entre el Mesías y su capacidad de salvar o liberar.
Sin embargo, otra voz se enfrenta a la burla del ladrón y a las burlas de la multitud y se pone del lado del que está sufriendo injustamente. La tradición lo ha llamado "Dimas" o "moribundo." Reprende al compañero de condena, "¿No temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Nosotros con razón hemos sido condenados justamente, porque recibimos lo que nos merecemos por nuestros hechos, pero éste no ha hecho nada malo." A pesar de que admite sus malas acciones, el texto no especifica los crímenes que habían cometido. Su reproche es ya un reconocimiento indirecto de su culpabilidad y de la inocencia de Jesús. Su única oración es "acuérdate de mí". “Acordarse” (zakar) es una expresión semítica muy significativa, para que los israelitas recuerden con amor las maravillas de Dios en la historia de Israel. El acto de recordar es ante todo un acto de amar en la reflexión sobre el pasado de Israel. Sin embargo, aquí, en la voz del buen ladrón, el 'recuerdo' está estrechamente relacionado con el futuro, "cuando estés en tu reino." Es irónico que los dos condenados pidan la salvación. El primero con sarcasmo y burla, mientras que el segundo lo hace con digna humildad, "acuérdate de mí". El primero está lleno de desesperación y cinismo y llega a la conclusión de que es totalmente imposible salvarse. Como resultado, muere sin contemplar el rostro de la misericordia divina, que cuelga junto a él. Sin embargo, el segundo escucha y tiene éxito cuando pide la bendición del paraíso a la muerte de Jesús. Lo imposible se hace posible gracias a la misericordia divina.
... Cuando estés en tu reino. El que inauguró el reino de Dios permanece colgado en la cruz y los que han rechazado el reino de Dios se burlan de Jesús. Lo que conduce a Jesús a la cruz es su compromiso de establecer el reino de Dios. Para esto, desafió a las autoridades corruptas y a los sistemas opresivos de su tiempo. Dijo parábolas en su enseñanza que eran subversivas y con la intención de alterar el sistema religioso de su época. Como rabino, tenía mujeres qu eran sus discípulas y amigas cercanas. Llamó a los líderes hipócritas, exorcizó demonios, rompió la ley del sábado para hacer el bien a los que estaban enfermos y en la esclavitud, compartía la mesa con los publicanos, las prostitutas y los pecadores, tocaba a las personas con flujo de sangre y resucitaba a los muertos. Limpió el templo de actividades comerciales y desafió la autoridad de los líderes. El que proclamaba el reino de Dios siempre trató de destruir a los poderes del reino de Satanás, que se opone al reino de Dios y sus valores. El reino de Dios no llega a su fin ni se pierde con la crucifixion de Jesús, sino que continúa y florece. El buen ladrón se da cuenta de que Jesús ha sido condenado a muerte injustamente, aunque pasó su vida buscando el amor, la paz y la justicia. Por lo tanto, cuando pide a Jesús que lo recuerde cuando venga en su gloria, el ladrón, de hecho, reconoce el poder salvador de la muerte de Jesús, que es un don gratuito para cualquier persona que viene al Señor con arrepentimiento y humildad.
... Hoy estarás conmigo en el paraíso. A pesar de que la petición del ladrón de que Jesús lo rescuerde señala a un momente futuro, la respuesta a Jesús subraya la inmediatez de la salvación ( "hoy"). Anteriormente en el Evangelio de Lucas, en la sinagoga de Nazaret, se señalaba que la profecía de Isaías se había cumplido "hoy" para la audiencia (4:21). Del mismo modo, cuando Jesús llegó a la casa de Zaqueo y marcó el comienzo de su salvación, le dice: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa" (19: 9). Así pues, aquí en el texto, cuando Jesús vuelve al Padre para entrar en su gloria, le promete al buen ladrón la salvación. No mira el pasado del criminal, sino que ve su presente, en el que ha demostrado su fe al momento de morir. Por lo tanto, el buen ladrón entra inmediatamente en el reino.
El buen ladrón contempla el rostro de misericordia en el ocaso de su vida, en medio de un mundo oscuro y violento en torno a él, y se le concede la garantía de la salvación. Tal vez, no había experimentado nunca en nadie esa calidez, ese amor y ese perdón hasta esos momentos finales, cuando su vida se revierte. Después de toda una vida de violencia, odio y rechazo, el buen ladrón finalmente muere en paz y consigue la salvación. Y esto es posible gracias a la misericordia de Dios, que sufre con la humanidad y que conoce el dolor de cada uno de nosotros. Recuerdo aquí a Bernardo de Claraval, que entiende la capacidad de Dios para sufrir de esta manera: Dios es incapaz de sufrimiento (impassibilis), pero no es incapaz de compartir el sufrimiento de otra persona (incompassibilis).
Dios siempre da una segunda oportunidad. La misericordia y el perdón que se ofreció al buen ladrón en el Gólgota se nos ofrece también a nosotros, a condición de que demos el valiente paso de admitir nuestro pecado y arrepentirnos, y después dirigir la mirada hacia el Señor crucificado y pedirle que nos recuerde en nuestra miseria. La misericordia que aseguró la salvación al hombre condenado no juzgará nuestro pasado roto, sino que nos verá con ternura para darnos la bienvenida al paraíso.
"En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso."
Naveen Rebello, SVD