Dios mio, ten misericordia de mí, que soy un picador.
La parábola del fariseo y el recaudador de impuestos trata sobre dos tipos de oración (18: 9-14) o dos modos opuestos de relacionarse con Dios. Como podemos observar, esta historia se narra poco después de la parábola de Jesús sobre la necesidad de la oración (18: 1-8), que trata sobre un juez injusto y la viuda que pide justicia insistentemente.
Siguiendo con el tema de la oración, la segunda parábola que narra la oración de dos personas en el templo, explícitamente condena la actitud del fariseo y agradece la actitud fundamental del publicano al reconocer su pecado y depender completamente de la Gracia de Dios. El que lee este pasaje del Evangelio de Lucas se acuerda inmediatamente del episodio anterior del fariseo y la mujer pecadora (7: 36-50), donde se muestra un contraste similar entre la actitud del fariseo y el desbordante amor de la mujer pecadora , perdonada por el Señor.
La enseñanza de Jesús era diferente. En su enseñanza, trataba de ponerlo todo al revés. Hizo la comparación de dos hombres diferentes, pertenecientes a dos clases diferentes, social y religiosamente: El líder religioso más respetados de su tiempo, el fariseo, y el miembro más despreciado de otro grupo, el recaudador de impuestos o publicano. Mediante la identificación de los dos personajes contrapuestos del tiempo de Jesús (el fariseo y el publicano) ya desde el primer momento prepara al lector para una inversión que tendrá lugar al final de la historia. No es algo inusual, en el Evangelio de Lucas hay varios episodios de reversión que ilustran la manera en que Dios piensa y actúa a diferencia de cómo lo hacemos nosotros los seres humanos. El Magnificat de María (1: 46-55) es el mejor ejemplo de Lucas en el que eleva a los humildes de Dios: «Dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes "(vv.51-52).
El fariseo: Yo, mí, me
Como menciona el versículo 9, esta parábola se dirige a un grupo específico de personas, que confiaban en sí mismos y eran respetuosos con la ley a sus propios ojos, pero miraban con desprecio a todos los demás en la sociedad judía. Los fariseos, el grupo de los llamados justos, tenían unos principios religiosos claros y sencillos. Según ellos, el mundo se dividía en buenas personas y en pecadores. Los que obedecían la ley son buenas personas y los pecadores son aquellos que no obedecen la ley meticulosamente. Por lo tanto, Dios ama a las personas que respetan la ley y rechaza los pecadores y se mantiene lejos de ellos. No merecen ser aceptados por el Dios santo. Tal vez, el fariseo de la parábola pensó que incluso Dios era como él, que aceptaba a las buenas personas y miraba con desprecio a los pecadores.
En la presente parábola, estos dos personajes contrastantes no son elegidos para condenar o elogiar a cualquiera de los grupos a los que pertenecían, sino para mostrar cómo cada uno se relacionaba con Dios a su manera. En la historia, nos encontramos con la oración de autoengrandecimiento del fariseo que está totalmente centrado en sí mismo y sus buenas obras. Esta auntoproclamada justicia le lleva primero a compararse con los ladrones, los pícaros, los adúlteros e incluso con el recaudador de impuestos que está de pie detrás de él, y que pertenecía al grupo despreciado de la sociedad. Además, descaradamente expresa su excesiva observancia de la ley al presumir de su ayuno frecuente, lo que era una característica común de la piedad judía (Lc 02:37) y también del pago del diezmo. Se autojustifica por su vida modelo. Por lo tanto, en toda su oración se exalta a sí mismo ante Dios y reivindica un nivel muy alto de la observancia personal más allá de los requisitos legales judíos. No es sorprendente que los lectores ya hayan notado los cuatro auto-obsesionados “yoes” en su oración. Por el contrario, Jesús no comparte el punto de vista del fariseo, que se complace en la condena a los demás. Ya les había dicho a los fariseos que tenían "el interior lleno de rapacidad y maldad" (Lc 11:39) y en este pasaje hace saber a sus oyentes que Dios prefiere a los humildes y pecadores a los santurrones.
El recaudador de impuestos: No yo, sino Dios
La parábola presenta el recaudador de impuestos como un ejemplo de humildad, aunque la sociedad lo considere políticamente traidor, religiosamente impuro y un personaje reprobable. Sin embargo, su humildad en la historia se indica brevemente de cuatro maneras: a) Se puso de pie a una gran distancia; b) mantuvo los ojos bajos; c) se golpeaba el pecho (como un signo de arrepentimiento); y d) clamaba misericordia. La distancia entre el fariseo y el publicano no era meramente una distancia geográfica o física, sino que era un indicativo de la gran distancia en su estado religioso y social, en sus comportamientos, sus actitudes e incluso en el contenido de sus oraciones. Cuando uno hace alarde de su santidad, el otro clama por misericordia. Además, en el texto griego de Lucas el fariseo utiliza 29 palabras en su oración, mientras que el recaudador de impuestos dice sólo 6 palabras. Ambos comienzan sus oraciones dirigiéndose a "Dios" (en el texto griego), pero uno se glorifica a sí mismo, mientras que el otro se humilla. Por último, el juicio es de Dios. El verbo "justificar" en griego (dikaioo = hacer a alguien justo o declarar a alguien justo o poner a alguien en una relación correcta con Dios) se utiliza en el perfecto pasivo, lo que indica que es Dios el que hace el acto de justificar. Dios considera justo al cobrador de impuestos, a pesar de sus malas acciones. Y como resultado de esa justificación, que es una acción gratuita de Dios, queda reconciliado con Dios.
El recaudador de impuestos no tenía buenas acciones para ofrecer a Dios, a diferencia de la letanía del fariseo. Tal vez, sabía que no podía revertir el mal que había hecho o pagar a quien había engañado. Podría haberse dado cuenta claramente de que no cumplía perfectamente las normas de Dios y no merecía ser aceptado por el Dios misericordioso. A pesar de todo esto, todo lo que tenía era la humilde confianza en la misericordia amorosa de Dios. Por lo tanto, optó por admitir su culpabilidad ante el Dios misericordioso, ya que no podía esperar que la gente lo perdonase. Eligió ponerse delante de Dios reconociendo su pecado y por lo tanto, se fue a casa justificado por Dios, a diferencia de fariseo, que regresó a casa encerrado en su amor propio.
Quizá si Jesús hubiera preguntado al comienzo de su parábola a sus oyentes cuál de ellos dos estaba más cerca de Dios, todo el mundo habría elegido, sin duda, al fariseo. Para la normativa judía, si había alguien que no iba a volver a su casa justificado, ese sólo sería el traidor recaudador de impuestos, que trabajaba para el imperio romano opresor, recaudando los impuestos de su propio pueblo. Pero eso no es así en una parábola que se ocupa del tema de la "inversion”.
La Misericordia de Dios justifica
Debemos tener en cuenta que el punto de inflexión en esta parábola provocativa de Jesus fue la oración sincera del publicano: "Dios mío, ten misericordia de mí, que soy un pecador" (V.13). Su breve oración consistió meramente en seis palabras (en el texto griego). Pero en esas seis palabras, puso al descubierto su corazón delante de Dios, abriéndose para recibir su misericordia. Su oración no fue más que el reconocimiento de su culpabilidad y una súplica de la misericordia divina para poder recibir el perdón de Dios. Siguiendo con el tema de la misericordia de Dios, sin duda podemos entender que Jesús hablara de estos dos personajes contrastantes para ilustrar que no hay pecador tan malo que la misericordia de Dios no pueda perdonar y que no hay ninguna persona justa tan buena que puede ganarse el camino al reino de Dios por sus obras, sin la gracia y la misericordia divina. Por lo tanto, el reconocimiento de la propia maldad y el pecado delante de Dios es la necesaria condición para la recepción de la misericordia divina.
La parabola de Jesús no condena a todos los fariseos como grupo diciendo que por naturaleza son santurrones, arrogantes, orgullosos, deshonestos, insinceros, superficiales, etc. ni se afirma que todos los publicanos son humildes y sinceros ante Dios. Lo que es importante en la historia es que cada uno recibe "a pesar de" y no "a causa de". El fariseo regresa a su casa no justificado, a pesar de sus buenas acciones y no porque sea fariseo, mientras que el recaudador de impuestos va a su casa justificado, a pesar de su pasado pecaminoso y no por ser un recaudador de impuestos. Seguir la ley de Dios para algunos es la mejor manera de vivir, aunque nadie puede seguir las leyes divinas perfectamente en todo momento. Sin embargo, una auténtica vida cristiana requiere mucho más, estar a bien con Dios. Y estar a bien con Dios no depende de si hacemos o no hacemos, más bien depende de la misericordia de Dios y de entregarse a ella.
Naveen Rebello, SVD
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