“Hijo de David, ten misericordi de mí” (Mc 10, 46-52)
Jesús no solo revela la Misericordia de Dios por medio de sus enseñanzas, sino también por sus acciones concretas: curaciones y milagros. Todo lo que dijo y todo lo que hizo ilustra la ternura misericordiosa del Padre. Cada acto de Jesús en los Evangelios, lleno de compasión y conmovido de piedad, se dirigía a los pecadores y a los necesitados y, entonces, se transformaba en una expresión de la misericordia divina. Atendió a los enfermos y liberó a aquellos que estaban atormentados por los malos espíritus. No solo restituyó la integridad física de los enfermos, sino que también les restituyó hacia una relación filial con el Padre. Estos actos de misericordia puestos de manifiesto por Jesús y experimentados por el pueblo les permitieron reconocer que el reino de Dios era una realidad. En este sentido, el Cardenal Walter Kasper escribe: “la existencia de Jesús era totalmente hacia los otros”.
Veamos una de las historias de curaciones para nuestra reflexión, en la cual el grito de misericordia no solo restaura la visión del ciego, sino que también le concede la visión espiritual.
Encuentro en el Camino
En 10, 46-52, Marcos narra la historia del encuentro de Jesús con Bartimeo, ciego y mendigo. Esta curación en el camino de Jericó es el último episodio antes de la entrada de Jesús en Jerusalén. De hecho, en el evangelio de Marcos, encontramos dos historias de curaciones de ciegos que reciben la vista: a) el ciego de Betsaida (8, 22-26); y b) la curación de Bartimeo en el camino de Jericó (10, 46-52). Geográficamente, Jericó, que se encuentra a unos 25 km al noreste de Jerusalén, a 8 km al oeste del Río Jordán y a unos 10 km al norte del Mar Muerto, es un oasis fértil, exuberante y verde, rodeado por un terreno accidentado. En el Nuevo Testamento, además de la curación del ciego, Jericó, en particular, está asociada con la llamada y el arrepentimiento de Zaceo (Lc 19, 1-10). Jesús había hecho un largo y arduo camino, desde Galilea en el norte hacia Jericó en la zona del valle desértico y, habiendo llegado a Jericó, Él y sus discípulos se encontraban de camino hacia Jerusalén y debían atravesar las colinas de Judea, antes de llegar a la Ciudad Santa.
Presumiblemente, Bartimeo estaba sentado a la puerta de la ciudad, pidiendo limosna a los peregrinos que iban de camino hacia Jerusalén. Sin embargo, el texto solo habla de “sentado en el camino”. En este episodio, la palabra “vía” o “camino” (en griego, “hodos”) aparece dos veces. En el v. 46, “estaba sentado junto al camino” es claramente una indicación geográfica, mientras que en el v. 52, la combinación de los términos “seguir” y “camino” tiene un matiz teológico que sugiere con claridad que el ciego Bartimeo, habiendo recobrado su vista, se convierte en un discípulo de Jesús y le sigue en el camino hacia Jerusalén. Ubicado en el comienzo de la narración, el camino, que funcionó como un refugio seguro para los menesterosos y el pobre ciego, y como un lugar para solicitar la generosidad de los transeúntes, se transforma en un camino de curación, de capacitación y de discipulado al final de la historia.
Grito en busca de Misericordia
Cuando Jesús atravesaba Jericó, Bartimeo, habiendo oído que era Jesús de Nazaret, que hacía milagros, empezó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten piedad de mí!”. Varias personas del entorno de Jesús (probablemente sus propios discípulos) reprendieron al mendigo ciego e intentaron hacerle callar. En el evangelio de Marcos, con anterioridad, el mismo Jesús había acallado tales aclamaciones mesiánicas. Pero Bartimeo, que creía que había llegado el tiempo del “kairos” de su vida, no podía ser disuadido fácilmente por aquellos que, sin éxito, intentaban hacerle callar, y tuvo que abrirse paso a través de las barreras creadas por la multitud para conseguir llegar a Jesús. Tuvo que aprovechar esta oportunidad de su vida para afirmar que él también tenía el derecho de ver a Jesús. Sin embargo, para hacerla realidad, necesitó lograr que Jesús se percatara de él. Por eso, esta firme convicción le condujo a gritar aún más fuerte por segunda vez (tal vez incluso más veces): “¡Hijo de David, ten piedad de mí!”. En cuanto los gritos del mendigo llegaron a sus oídos, Jesús se detuvo. El grito en busca de misericordia puede ciertamente alcanzar los oídos de cualquiera y tocar el corazón de cualquiera, si uno sabe en qué consiste pedir misericordia. El grito de Bartimeo, que buscaba misericordia, hizo que Jesús se detuviese.
Quienes le reprendieron e intentaron hacerle callar ahora se transforman en mensajeros de esperanza: “ten confianza; levántate, te está llamando”. En cuanto se levantó, sus acciones vigorosas de arrojar el manto y de levantarse y de llegar hacia Jesús vienen seguidas por un diálogo de fe. Eran expresiones exteriores de una fe profunda, detrás de las lágrimas de sus gritos incesantes en busca de ayuda. Mientras se aproximaba, una voz de bienvenida le respondió a este grito que pedía misericordia: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Su respuesta fue: “Maestro, que pueda ver de nuevo”. Esta frase también puede interpretarse como un imperativo: “Por favor, dame la vista”.
Puesto que no se nos indica que Bartimeo fuese ciego de nacimiento, lo más probable es que la petición fuese para recuperar la vista que disfrutó en alguna ocasión. En contraste con ello, Jesús realizó la misma pregunta a los hijos del Zebedeo en la escena precedente (10,36) y ellos quisieron lugares específicos para ellos: sentarse a su derecha y a su izquierda en su gloria. Por eso, Marcos presenta la ceguera espiritual de los discípulos escogidos por Jesús resaltando su incomprensión. Estos no fueron capaces de lograr una “visión espiritual” dentro de la verdadera identidad y misión mesiánica en el camino hacia Jerusalén, en comparación con Bartimeo, que recibe una curación instantánea y, en un nivel más profundo, la experiencia de la salvación: “Ve, tu fe te ha salvado”.
De la Mirada exterior, a la Mirada interior. De los Ojos, al Corazón
Al concluir la narración, Bartimeo ve de nuevo, no solo con sus ojos, sino también con su corazón: no solo con los ojos físicos, sino también con los ojos de la fe. Con anterioridad a este texto, los propios discípulos de Jesús no fueron capaces de ver en él al “Mesías sufriente”, aunque ya les había predicho tres veces acerca de su muerte y resurrección. De manera parecida, Santiago y Juan no pudieron comprender su mensaje mesiánico que iba a llevar a cabo en Jerusalén. En contraste con la ceguera espiritual de los discípulos de Jesús, Bartimeo pudo ver con claridad quién era Jesús, a pesar de que era ciego para el mundo y sus cosas. A diferencia de los discípulos escogidos, en cuanto Bartimeo recupera la vista, consigue ver dentro de la persona de Jesús, a quien sigue de manera comprometida (10,52). Esto sugiere con claridad que siguió a Jesús en el camino para abrazar su cruz. No se “marchó”, sino que lo siguió “en el camino”.
Tres respuestas a la Misericordia
El relato de la curación del ciego Bartimeo, desde la perspectiva de la “misericordia” presenta tres categorías de personas:
1. Aquellos que claman pidiendo misericordia.
2. Aquellos que impiden o silencian el grito que busca misericordia.
3. Aquellos que oyen el grito y se detienen a ayudar.
En primer lugar, aquellos que claman pidiendo misericordia. En nuestro mundo, marcado por la ruptura y la intolerancia, el grito de Bartimeo es el grito de cientos de miles de personas que sufren, no solo la enfermedad física, sino también el grito de innumerables gentes en las periferias de nuestra sociedad, las víctimas de la opresión institucionalizada, el mal social, violencia, crímenes contra la humanidad, etc.
En Segundo lugar, aquellos que impiden o silencian el grito que busca misericordia. ¿Cuántas veces aquellos que detentan la autoridad y se hallan en posiciones de poder se comportan como quienes intentaban impedir a Bartimeo ver y encontrarse con el Señor? El Señor no puede ser la “posesión” de unos pocos, que disponen de acceso a él. ¿Cuántas veces hemos sido obstinados e intolerantes, como para no permitir a la gente tener parte en los “dones” del Señor? De nuevo, ¿nos detenemos junto a aquellos cuyas voces son silenciadas o apoyamos a quienes destruyen las voces en favor de la promoción de los derechos humanos y de la vida humana? Veamos nuestros propios puntos ciegos.
Finalmente, aquellos que oyen el grito y se detienen a ayudar. La compasión hacia quienes gritan pidiendo ayuda y sus posibles curaciones era el sello del ministerio público de Jesús. Por lo tanto, cuando el grito que pide misericordia llegó a sus oídos, se detuvo para ayudar al pobre. Así, también nosotros, sus discípulos, tenemos el desafío de detenernos y extender la mano para ayudar, cuando haya voces a nuestro alrededor que necesiten nuestra ayuda. La mera ayuda material puede ser la dimensión física, pero la misericordia, en términos de bondad hacia aquellos que tienen necesidad, va más allá, hasta abrazar la dimensión espiritual. Para esta tarea, tenemos que dejarnos conmover por la compasión, llenos de convicción y determinación, sin perder la alegría y la esperanza en nuestro servicio misionero.
Tenemos nuestra propia ceguera. Clamemos: “Maestro, que pueda ver de nuevo”. Y, cuando se restaure nuestra visión, no nos “marchemos”, sino que sigamos a Jesús “en el camino”.
Naveen Rebello, SVD
INM Province.